lunes, 26 de enero de 2015


Solo a un tonto le sorprenderían los cambios de Luna, si en su nombre venía explicito sus cambios, en cuarto creciente todo era felicidad, al finalizar el cuarto menguante la lluvia caía y el invierno anidaba en el corazón, para luego retirarse dando paso al disco bello y brillante iluminate de la noche de todos. 
Obvio que en Luna, lo único permanente era el cambio, por eso, al inicio de la luna nueva , ella cayo en cuenta que habia mentido, lo habia echo con maldad, premeditación y alevosia.

La mujer habia mentido con el mismo cinismo con que mentían los hombres, igualito como esos ex-amores perversos le habían mentido a ella para enamorarla.

A sus amores, Luna les decía la verdad, les escribía largas y crueles cartas, en donde cada palabra era cierta, ella nunca se dió cuenta que esto había sido siempre su ultimo acto de amor por ellos. Como suele ser la verdad, esta dolía, picaba, incomodaba y sobre todo daba la oportunidad del cambio, de ser mejores, de poder caminar hacia momentos de felicidad consolidados

Pero a él, a ese maldito hombre lobo perverso, ella le mintió, sin darse cuenta al principio, es que se estaba mintiendo a ella misma, habia sido su autodefensa, su autoengaño, ya que la verdad la desgarraba a ella también. Asi que escribio para ambos una carta hermosa, poética, inspirada, de dulces palabras, con inmerecidos piropos. Luna fue feliz cuando la escribió, cuando la envio y cuando vió que él habia sido tocado por sus palabras.

Obvio que el diablo viejo olió el mensaje con desconfianza, como un perro cuando piensa que le dan un pedazo de carne envenenada, sin embargo al final se trago la carta y las palabras tocaron su ser.

Veintiocho días mas tarde, con la luna llena en el cielo, la verdad llego a ella, el autoengaño se derrumbo, las lagrimas rodaron por las mejilla y la princesa cayo en cuenta que le había mentido a él, que había sido perversa: le había escrito bella mentiras,  le había quitado a él la oportunidad de reflexionar, de sentir el mundo a travéz de la piel del "otro",  lo había inducido a él al error, de pensarse perfecto y deseado, quitandole con eso el chance de cambiar. 

Ahora el pobre perro viejo, pensaría que él es perfecto como era, y se quedaría condenado a seguir en ese mismo pellejo, en el cual habia hecho tanto daño y en el cual se habia hecho tanto daño a si mismo, como para transcurrir su contidianidad en miseria, alejado de las amadas de su corazón,  condenado a vivir en una terraza fría sobre la montaña aullandole a la luna.