lunes, 13 de octubre de 2008

LA CALLE ES UNA SELVA DE CEMENTO


Caminando por las calles de esta ciudad un día cualquiera, Luna mira al joven que en la esquina vende tarjetas de celular y chicles. Le reconoce, de alguna parte de su memoria llegan los recuerdos de cuando vivía en la esquina poblada y ruidosa de la gran casa familiar.


Recuerda la familia que vendía frutas en el semáforo, siempre encargaban sus cosas en el garaje de la casa de Luna. Una pareja: José, María y dos pequeños niños. Luna observaba con simpatía al mas pequeño de ellos, le recordaba a su propio hermanito menor, lo más llamativo del niño eran los grandes ojos negros, su nariz aguileña, la tez morena, el pelo lacio grueso y negro. La vida del pequeñito trasncurría junto a sus padres y hermano mayor, en medio de los carros, smog, violencia y otros vendedores informales.


Del hijo de José y María, la memoria de Luna saltaba hacia aquella niña que a su corta edad ya había sido convertida en una “comerciante informal”. Siempre la vio en la esquina sola, y también se encontraba siempre con ella en los buses:


Buenos días señores y señoras, yo no vengo a molestarles, vengo a traerles este rico y delicioso producto...ya lo pueden ir tocando, ya lo pueden ir saboreando y al final ya lo pueden ir pagando...¿cuanto cuesta? ¿cuanto vale? La mínima cantidad de $ 0,25. Muchas gracias a la damita o caballero que me quieran colaborar”


La niña, en el bus, era invisible a los ojos de los pasajeros y recitaba el párrafo, (que parecía ser enseñado a todos los pequeños que se subían a vender a los buses por la misma persona), con la mirada en blanco, repetía el cassette como un robot sin alma, como si su espíritu buscara alguna manera de fugar de su terrible realidad.


Continuando con su viaje al pasado, Luna volvió a sentir aquel nudo en la garganta, las lágrimas atoradas en los ojos, que sentía cuando viajaba de casa a la universidad y tenía la mala idea de ver lo que pasa en la calle, cuando los panas al verle llegar le cantaban la canción de Manu Chao, esa de “todo es mentira en esta vida, todo es mentira la verdad”, para terminar rematando con “vas por la calle llorando, lágrimas de oro”.


Pero de ese entonces hasta acá, parecía que todo había cambiado en la vida de Luna, pero afuera en la calle todo seguía igual. Luego de más de ocho años, había encontrado a la pequeña en la misma calle, ahora la niña era una mujer de quince años, cargaba en la espalda un bebe, y llevaba en la mano caramelos que ofrecía a los conductores de los autos, mientras que Luna, en su posición privilegiada tenía sus necesidades plenamente satisfechas, en su pequeña y egoísta burbujilla color rosa.


Había también encontrado al hijo de José y María, había crecido, tenía los mismos ojos negros y grandes de sus niñez. Ahora vestía un mameluco azul de movistar y en un paso a desnivel vendía tarjetas pre-pago y chicles. Su madre en cambio seguía en la misma esquina de siempre, con sus mandarinas y manzanas mientras a Jose, Luna no había vuelto a ver.


Ahora la mente de Luna fue hacia su hermano menor, mientras el hijo de Jose y María seguía en la calle, su hermano, aquel que era igualito al niño de ojos negros, viajaba de intercambio a Cuba y Brasil para aprender a hacer la revolución.


Nuevamente, solo lágrimas, que no sabía si llegaban por la impotencia que sentía o por que la realidad ponía en evidencia su cómoda y egoísta vida, ya nada, solo el viejo nudo en la garganta.